domingo, 15 de enero de 2017

SHIN GOJIRA, de Hideaki Anno y Shinji Higuchi

El cine de monstruos, o con monstruos –mejor dicho–, posee la loable tarea de recordarnos aquello que tememos y, en ocasiones, nos ayuda a enfrentarlo para no temerle tanto.

De tal manera que el celebre y querido kaiju eiga, el cine de monstruos descomunales que destruyen ciudades y voluntades venido desde Japón, implica tal vez el terror más grande, pues las dimensiones de las amenazas que muestran son proporcionales a los temores que representan.

Hace más de 60 años, cuando la Toho, Ishiro Honda y Eiji Tsubaraya presentaron Gojira ante el mundo, la pesadilla hecha realidad por la bomba atómica estaba terriblemente representada en los escombros dejados por Godzilla a su paso y por el mismo aspecto amenazante del milenario y desconocido hasta entonces dinosaurio.

Godzilla resultó así una especie de exorcismo del brutal presente y un recordatorio de lo que sucedía cuando se olvida lo que implica la civilización.

Durante ese tiempo, la treintena de filmes en la saga de Godzilla fueron por tanto una celebración de la vida en medio de la destrucción con fabulosas botargas de monstruos, maquetas increíbles y un humor que muchas veces rayó en la chota.

La historia aleccionadora en que se transformó aquel primer Gojira casi en tono documental, aparentemente nos había mantenido alejados de la destrucción y nos permitió celebrar de dicha exuberante manera.

Pero hemos llegado al Siglo XXI y las cosas ya no son las mismas.

De nuevo la amenaza química (en aquel momento atómica, ahora radiactiva, con referencias claras al accidente de hace unos años en la Planta de Energía Nuclear de Fukushima) nos lleva a intentar buscarle un sentido a la permanecía de la humanidad.

En Shin Gojira / Shin Godzilla, nuestro temido y querido a la vez monstruo imbatible ha dejado de implicar simplemente la contracción de gorila y ballena en japonés, para tener implicaciones omnipotentes y regenerativas divinas (God = Dios, zilla)... en inglés, por supuesto, por si había duda del nivel de la amenaza.

El gran artista existencialista, Hideaki Anno (genio tras el estudio filosófico y psicológico que define los personajes de la saga Neon Genesis Evangelion) y el especialista en efectos Shinji Higuchi (quien renovó el kaiju con sus construcciones para la última saga de Gamera) concatenan medio siglo de cine de monstruos gigantes con el desarrollo tecnológico de la amenaza humana, y entregan un filme totalmente adulto en clave de espectacular e impactante metáfora –obviamente–, aunque abriendo camino heroicamente a la presentación de la humanidad como monstruo y posible redentor de nuestra existencia.

Este relanzamiento de Gojira no es solamente una búsqueda por renovar una franquicia y su protagonista, sino una reflexión acerca del pasado y encontrar su reflejo en el presente. La Toho trabajó varios años en la maquinaria necesaria para echar a andar este filme, y Anno tuvo que superar una depresión post Evangelion y el temor a fracasar frente a la tarea de replantear un clásico.

El resultado es un kaiju eiga que muestra el temor a una amenaza desconocida, y lo que esta puede provocar en la organización humana. El gran dilema geopolítico que desencadena la aparición y paso de una monstruosidad por Japón con el poder y renovación de un Dios es tajante y caótico (creo que no es azaroso que uno de los científicos en este filme sea interpretado por Shinya Tsukamoto, quien desde su ímpetu mostrado en Tetsuo ya anunciaba el fin de la civilización como la conocimos).

De los extenuantes 120 minutos de metraje de Shin Gojira (que hemos corrido la fortuna de ver en las salas de cine mexicanas gracias a Cinemex, hay que decirlo) se requieren tan sólo unos cuantos minutos para mostrar la destrucción que un monstruo, una guerra o un accidente nuclear provocarían, y el resto para hablar de la incapacidad de respuesta del ser humano bajo las reglas de la actual aldea global.

Shin Gojira es un filme totalmente adulto, comprometido no sólo con el subgénero que inauguró la primera de la saga en 1954, sino igualmente con su tiempo y con las capacidades del arte para marcar el tiempo y recordarnos de vez en cuando qué es lo que estamos haciendo aquí.