viernes, 5 de noviembre de 2010

Me declaro degustador de cine en 35 mm.


El último fin de semana de octubre de 2010, se llevó a cabo Masacre en Xoco: 1a Jornada de Cine de Horror en Cineteca Nacional, del viernes 29 de octubre y hasta el lunes 1 de noviembre. En éste se realizaron celebraciones, homenajes, y concluyó con un magno maratón compuesto por seis filmes ya clásicos, en copias en 35 mm. que resultaron estar en muy buen estado.

Una pena para aquellos que por distancia o cuestiones laborales no pudieron asistir; pero qué lástima que muchos hayan dejado de asistir por apatía, pues realmente fue todo un suceso: disfrutar en cine filmes poderosos como Il gatto a nove code (El gato de las nueve colas, Dario Argento, 1971), Sisters (Siamesas diabólicas, Brian De Palma, 1973), Salem's Lot (La hora del vampiro, Tobe Hooper, 1979), Darkman (Darkman, el rostro de la venganza, 1990), Terror y encajes negros (Luiz Alcoriza, 1984) y The Evil Dead (El despertar del Diablo, Sam Raimi, 1979-1982) es algo inenarrable. Se trata de filmes que prácticamente permanecían desconocidos en cine desde su estreno, y que demuestran mayor fuerza entre el butaquerío y las tinieblas: mirar la pantalla dividida de Brian De Palma, observar el cuerpo perfecto de Maribel Guardia en la pantalla monumental o la sangre, vómitos y demás viscosidades multicolores vertidas en The Evil Dead sobre la pantalla platinada no tiene precio.

El siguiente es un texto que originalmente escribí para el número 11 de la revista Toma (y que fue intercambiado por otro nuevo que hice, y que se centraba un poco más en las alternativas de proyección y distribución actuales de cine), y que se presta un poco para la discusión acerca del rescate y de las trascendencia del cine en 35 mm. (cuando parece que las generaciones más jóvenes le han perdido el respeto, y contagiando a otras no tan jóvenes), a propósito de dicho maratón en el que, por cierto, asistieron cerca de 1000 personas durantes las seis funciones.


Recuerdo que hace 30 años inició el tortuoso y polémico errar de la piratería audiovisual en el país. No existía el cine digital, las computadoras aun eran chimoltretas de ciencia ficción fílmica o armatostes de laboratorios universitarios, el CD (Compact Disc) aun era parte de un futuro desconocido y, bueno… hasta los videocasetes formato Beta eran una anomalía en el mercado, conocidos sólo por algunos pocos individuos con el dinero suficiente para adquirir en el extranjero los entonces muy costosos reproductores de videocasete.


Recuerdo que la piratería que inició toda esta revolución fue la de audiocasetes, un formato que vino a darle una dura batalla al vinilo y que alcanzó importantes niveles de fidelidad sonora, hasta antes de que la comodidad y la alucinación digital del CD pegara con fuerza.


Por 1980, Tepito y anexas comenzaron a forrarse con una importante oferta de audiocasetes piratas. De chasis blanco o transparente, inicialmente membretados tan sólo con un plumón de tinta azul o negra, en principio sin cajas y portadas, la industria de la piratería fue un tanto lenta en este inicio comparada a los niveles de hoy día. Tuvieron que pasar años (poco más de cinco) para que la piratería de audiocasetes alcanzara un nivel de calidad y reproducción sobresaliente, tanto en la grabación como en su presentación. Pero el pecado estaba ya cometido y, por tanto, el miedo se había perdido.


No fue entonces sólo el ánimo por pecar, allí estaba la promesa de un nuevo negocio fundamentado en la necesidad de ayuda del golpeado ciudadano para obtener entretenimiento por debajo del costo de las reproducciones originales. Si la canasta básica estaba por las nubes (ante la canina defensa del peso y lo que le siguió), cualquier tipo de entretenimiento era cosa de otros mundos para un sector importante de la sociedad. De ahí la alternativa de la piratería, que igualmente demostró lo inflado de los supuestos costes de producción de la industria audiovisual.

A mediados de los años 80, el contenido audivosual vía el videocasete vino a trastocar de manera bestial la forma de hacer, ver y distribuir cine, así como otros contenidos audiovisuales. Hasta antes de la aparición de las reproductoras de videocasete, el discriminado cinéfilo mexicano (como prácticamente el del resto del mundo) contaba tan sólo con el gusto de los distribuidores y la anuencia de RTC como factores absolutos de lo que sus ojos estaban condenados a degustar. El único placebo lo ofrecían medianamente los cineclubes, donde con cierto orden se proyectaba algo que en nada tenía que ver con la seguridad comercial o bien, algo de archivo y nostalgia que nunca pierde importancia ni pasa de moda.


Si bien, durante prácticamente toda la década de los 80, el costo de la copia original de una película en formato Beta o VHS era realmente alto (en Estados Unidos iban desde 14 hasta 90 dólares los precios de lista; mientras que en México no existía un mercado de venta de originales, sólo de renta, y cuando llegaban a comercializarse se iban a los 1000 o 1500 pesos de los viejos), las posibilidades que comenzaron a ofrecerse a través de los videoclubes, de la importación o el mismo copiado de películas entre amigos, disparó de forma inesperada, incalculable e inimaginable la exposición al cine internacional de todos los tiempos.


La oferta en los videoclubes era, de repente, una biblioteca de cine al alcance de la mano, inexistente durante prácticamente un siglo de historia del cine. Y esto se disparó de forma exponencial con la posibilidad del copiado a partir de originales de videoclub o adquiridos en el extranjero (los candados electrónicos nunca fueron real impedimento). Así, comenzó por no faltar el vecino que en su casa guardaba una videoteca que funcionaba como videoclub informal, a la par del crecimiento desmedido de los puestos de venta de videocasetes piratas en las calles del país, teniendo como centro neurálgico de la propagación a Tepito.


Hay que recordar, igualmente, que en aquella naciente historia de la edición de cine en videocasetes, en México figuraban fuertemente tres compañías (sin olvidar, por supuesto, otras empresas más pequeñas, pero que respondían a diversas necesidades del cinéfilo, como Macondo, encargada de traer filmes para el espectador educado en cineclub, como El peso de los sueños o Vampiros en La Habana; o compañías como Ofer Video, Video Universal o Video Azteca que subtituló joyas del cine de explotación, como El placer del miedo, Hellraiser o El asesino de la canasta): Videovisa, Videomax y Omnivideo. La primera, a pesar de ser la más fuerte en aquella época (siendo empresa de Televisa), no soportó la transición global que sufrió la industria del entretenimiento al inicio de este siglo (primero con la emancipación de la distribuidoras, y luego con la coalición de las mismas) y desapareció; la segunda continúa hoy día sobresaliendo, pues se trata de una empresa que entiende el mercado nacional desde hace años, como filial de la distribuidora de cine Artecinema; finalmente, Omnivideo se trata de un caso especial, pues fue una compañía californiana que, a pesar de que supo penetrar en el mercado nacional (mucho del cual fue el comercio informal), cayo cuando la competencia con Videovisa se intensificó, y salió a la luz su aparente naturaleza fuera de la Ley…

El caos región 0

En este contexto de Babel, en el que igualmente se produjo un nuevo cinéfilo acostumbrado a conseguir lo inconseguible (por la importación común o a través de exóticas localizadoras de cine extrañísimo como Video Search of Miami) y a desarrollar un paladar dispuesto a degustar experiencias extrañas, difícilmente vistas en la pantalla grande mexicana, es que con los años 90 del pasado siglo comienzan a surgir los maratones cinematográficos en lugares non santos (es decir, fuera del circuito comercial de cine y que, de hecho, no se trataba de salas de cine), retomando tanto el espíritu subversivo de la escena de las Midnight Movies neoyorquinas en los años 70, como el surgimiento del medio mismo un siglo atrás como espectáculo de barraca, casi clandestino y en condiciones no óptimas... sólo que ahora posible gracias a la docilidad y naturaleza ubicua del videocasete, y después aún más del DVD.


Aunque es importante recalcar que los maratones arrancan como parte del Cine Club de la Facultad de Ciencias de la UNAM, en su Auditorio Alberto Barajas Celis (seguido por otros, como los organizados por Jorge Grajales en el Auditorio José Martí), la legión que le sigue acepta e interviene cualquier espacio dispuesto para convertirlo en sala de cine de arte, cine subversivo y hasta XXX, al mismo tiempo.


Lugares como La Panadería, el cineclub del Hotel Virreyes o los Maratones Cinematográficos en Ex Teresa Arte Actual (organizados por Salvador Cañas), nos hablan de una búsqueda constante de información por parte de los espectadores, dispuestos a cobijar todo tipo de espacio, zona y reverberaciones, mientras la experiencia tenga que ver con el cine marginado por la sociedad, las distribuidoras, las cadenas de cine y las autoridades culturales.


Tomemos como ejemplo ExTeresa Arte Actual, museo que se erige dentro del convento de Santa Teresa la Antigua y monasterio de San José de las Carmelitas Descalzas, construido en 1616 (y que, tras la enclaustración de las monjas en 1863, por ordenes de Benito Juárez, el lugar ha sido usado como cuartel militar, escuela normal para hombres, Universidad de Vasconcelos, imprenta del Diario Oficial y Archivo de la Secretaria de Hacienda, y desde 1983 museo Ex Teresa), en el número 8 de Primo Verdad, en el Centro Histórico de la Capital mexicana.


Con fachada estilo barroco e interiores neoclásicos, la magnitud del lugar mete en un estado especial a sus visitantes (y que es el objetivo final de las iglesias y conventos, a partir de la suma de su arquitectura, luz, sonido y olores). Fue en la capilla del convento donde, durante cerca de 5 años, se realizaron de manera constante maratones que comenzaban en la noche y finalizaban con la llegada del siguiente día. Allí, donde alguna vez se impartió misa, se resguardó armamento o donde el artista del performance Ron Athey y compañeros fueron desangrados en escena, también se proyectaron imágenes crueles, sublimes y/o bellas originadas en celuloide. La vigilia, así, devino ahí en un acto cuasi sagrado de concentración múltiple, en el que la absorción de lo reproducido por el cañón de video en pantalla y la percepción de las reverberaciones arquitectónicas sagradas crearon un misticismo nuevo. El amanecer a través de la cúpula del convento (con el Dios cristiano levitando entre una comitiva sagrada) mientras se expectaba cine (desde La brujería a través de los siglos hasta El cuarto elemento) trastoca el concepto de lo sagrado, y crea nuevos valores, sin duda.


Así, hoy llegamos a una exposición cinematográfica en la que cada cinéfilo y cinéfago parece hacer su propia programación, según sus capacidades, intereses y conocimientos. Los cineclubes parece que han sido agotados por las posibilidades libérrimas del caos en DVD Región 0, y lo que vendrá con el Blu-ray, así como las estratagemas que la piratería esté ideando.


Hoy día, parece que el único impedimento para ver cine es la misma pantalla de cine, pues prácticamente todo puede conseguirse en DVD. Los paganos no tienen problema alguno, pero aquellos que aun cumplimos con la ceremonia de la sala de cine seguimos conociendo el dolor y la incertidumbre.





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