domingo, 16 de noviembre de 2014

Sin City: A Dame to Kill For

En el universo del film noir clásico, tanto el claroscuro como los rostros de sus protagonistas y los escenarios tormentosos que estos transitan son el reflejo figurado de los conflictos y dilemas que se cuecen en las neuronas de víctimas y victimarios. La intromisión de la belleza femenina en este entramado (para cerrar el círculo de condenación), es básica y compone la desesperación y el deseo febril que termina por poner en marcha la maquinaria del desenlace, comúnmente agridulce y miserable.

Dicho de otra manera: la mezcla correcta de violencia, tinieblas y belleza femenina componen el mejor film noir, el mejor thriller. Sin City: A Dame to Kill For (Sin City 2: Una Dama por la que Mataría, 2014), la segunda entrega fílmica basada en la historieta de culto estadounidense, continúa la exploración de estos cánones genéricos llegando hasta el hiperrealismo, tras un espectacular montaje que se construye en los prostéticos y las pantallas verdes.

En contra de una industria y su mismo público, Frank Miller creó y ejecutó Sin City en cómic (su formato original), tomando a la hoja blanca de papel como un universo dispuesto a ser delimitado con grandes cantidades de tinta. Parte importante de la trascendencia de esta obra está ahí, en el formato y en el estilo (contraste entre el blanco y negro que casi siempre vira hacia el expresionismo y el gótico por igual), Miller es un artista portentoso a la hora de contrastar la luz con la sombra, aun cuando su trazo no resulta seductor para todo tipo de lector, pues en ocasiones las apariencias de sus personajes resultan demasiado grotescas o con características caricaturizadas de más para lectores con un gusto demasiado afinado por la industria.

Pero lo que termina por darle el carácter a Sin City son las historias. Historias de grandes perdedores que se nos presentan como antihéroes, más que héroes. Individuos maltrechos de cuerpo y alma por igual. Qué tienen lo necesario para ser mejor que los mejores, pero a quienes el destino, el karma, el Todopoderoso los ha colocado en la “ciudad del pecado” sin una aparente razón… aunque sabemos que la emoción, el sufrimiento, el amor, la violencia, el sexo y el claroscuro son razones suficientes para tener buenas historias.

Las buenas historias de Miller en Sin City provienen del gusto del autor por los clásicos de Chandler, Peckinpah y Will Eisner (The Spirit), por igual, pero también por la rabia que le produjo la incapacidad de comulgar con Hollywood, impidiéndole una carrera como guionista de la industria. Su huida del sueño fílmico lo llevó a construir Sin City como escape y como óleo de su talento y frustración. El éxito de la serie traspasa el medio y, sin que resulté sorpresivo, entre su legión de admiradores se encuentra Robert Rodríguez, autor de cine demencial, a mitad del de explotación y comercial, quien le muestra a Miller la posibilidad de llevar Sin City al cine como un mundo artificioso y apabullante, y para convencerlo le brinda la co-dirección del filme.

De esa manera en 2005 se presentó Sin City (co-dirigida por ambos, junto a Quentin Tarantino), reuniendo varias historias previamente vistas en cómic, ahora en un sorprendente espectáculo en el que la pantalla verde sirve como página en blanco en el que la tinta que le da forma a su universo son los escenarios CGI y un elenco variopinto que ofrece una réplica sorprendentemente vistosa y lo suficientemente grotesca y exagerada para reflejar lo pintado por Miller previamente en el papel.

Nueve años después, la dupla de Rodríguez-Miller regresa con un grupo más de historias que, como rémoras, se incrustan y pegan a A Dame To Kill For para redondear el círculo dramático, que ahora es elevado al 3D, aunque a México sólo –y desafortunadamente- ha llegado la versión plana. De cualquier manera, tal vez eso ha sido lo mejor, pues tanto el público como la supuesta crítica especializada parece que han sido mutilados emocionalmente, obligándolos a echar pestes de un filme igual de sobresaliente que el primero. Ya me imagino si este hubiera sido en 3D…

Recordemos que, aunque haya espectadores que esperan encontrarse con un filme realista, este se trata de una exageración de la realidad, y la cual empapa y se enmarca en el mismo blanco y negro que termina por darle una dimensión onírica a la experiencia, y que muchos detractores diurnos no terminan de entender.

La galería de hombres y mujeres cortados por el profundo conocimiento noir de Miller, se traslapa a la realidad y entrega un moderno mundo del hampa, que pone al día el expresionismo del crimen (instaurado por Chester Gould en Dick Tracy) y entrega una joya fílmica en la que el corte a rajatabla de secuencias y la serie de frases lapidarias y poéticas de Miller provenientes del cómic permiten que el género negro se afiance en el momento histórico y eleve el relato a una épica moderna.

A la forma, se suma el elenco en el que las bellas (Eva Green, Jessica Alba, Rosario Dawson, Jaime King) y las bestias (Mickey Rourke, Josh Brolin, Bruce Willis, Ray Liotta, Stacy Keach) están interpretados por actrices y actores que ejemplifican perfectamente su alter ego en pantalla. Es decir, el Sin City fílmico lejos de una exageración es la afirmación de un mundo grotesco que nos negamos a ver.

Hace 9 años, la aparición de Sin City sorprendió a propios y extraños al tratarse de un proyecto que fue incrustado en Hollywood aunque a partir de las inquietudes de dos artistas que no dieron su brazo a torcer, e impusieron su voluntad creativa creando un nuevo parangón y una manera nueva de forjar cine (300, The Spirit, Watchmen). Es posible que ahora ni el 3D (que busca llevar al segundo peldaño que le corresponde a Sin City) logre hacer que impacte como la primera bofetada del proyecto. Pero ese es problema de los espectadores (y su degustación maleducada que les impide valorar debidamente), y no de los dos artistas que han forjado esta joya.

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