miércoles, 19 de noviembre de 2014

The Texas Chainsaw Massacre: 40 Años

Esta semana en varias salas del país se re-estrena The Texas Chainsaw Massacre, con el título de exhibición La Masacre De Texas, y gracias al esfuerzo de la distribuidora Caníbal. Para muchos cinéfilos este es un momento de gozo, así que desempolvo este texto que escribí hace una década, cuando esta obra maestra de Tobe Hooper cumplía 30 años.

En 1957, un granjero insipiente de Wisconsin protagonizó un macabro episodio de la historia estadounidense. Trastornado, como sucede con todos los asesinos en serie, Edward Gein se dedicó a matar mujeres durante cerca de diez años con la peculiar finalidad de confeccionarse un traje de mujer; no con sus ropas, sino con su piel, pues deseaba convertirse en su contraparte de género. Sobra decir que la noticia cautivó a un gran auditorio, entre ellos un joven escritor que años después daría salida a ese interés en forma de una novela llamada Psycho.

Desde luego la obra de Robert Bloch fue la que le dio base al clásico de Alfred Hitchcock del mismo nombre, Psycho (1960), y así como ésta, otras populares cintas –y otras no tanto–, como The Silence of the Lambs (1992), se basaron en el caso de Gein. Hay que ver las apasionantes y sobresalientes historias que este caso provocó en celuloide.

Sin embargo, The Texas Chainsaw Massacre (1974) es la historia definitiva derivada de la pesadilla confeccionada por Gein. Sobre esta producción descansan ya 40 años de historia y su contundencia visual y discursiva continúa intacta. Se trata de uno de los documentos más importantes de su época y del cine estadounidense; igualmente, su fuerza visual y discursiva compondría la semilla de lo que años después se conocería como cine de serial killers.

Tras más de cuatro décadas de carrera profesional, a Tobe Hooper la historia parece recordarlo por su efectiva, pero accidentada realización de Poltergeist (1982) que, a decir de muchos especialistas, estuvo más que producida por Steven Spielberg. Y tal vez, también se le recuerde porque desde los años noventa se ha dedicado a realizar proyectos de cine de horror de segunda. Sin embargo, y a pesar de que su filmografía es inconstante y variable en calidad, el talento de este cineasta ha sobresalido cuando las condiciones no han sido del todo adversas, como se demuestra en The Texas Chainsaw Massacre, y otros títulos como Death Trap (1977), Funhouse (1981), Lifeforce (1985), e incluso filmaciones accidentadas como Spontaneous Combustión (1990), The Texas Chainsaw Massacre 2 (1987) y la misma Poltergeist.

Al inicio de los años setenta, Hooper era un joven cineasta en Texas. Su documental sobre Peter, Paul y Mary y un viaje de ácido fílmico llamado Eggsheels le ganaron respeto en la comunidad cinematográfica de la región, e incluso premios para la segunda.

Fue en víspera de Navidad en 1972 que, haciendo las condescendientes compras de temporada en un centro comercial, en medio de la cacofonía de villancicos, niños gritando y corriendo y una muchedumbre que apasionadamente consumía todo a su alcance, cuando Hooper desesperado vio una sierra de motor en el área de herramientas y la imagen de tomarla para abrirse paso con ella entre tirones de carne y borbotones de sangre se le presentó como una buena forma de evadirse.

Desde luego eso no pasó de ser un deseo de año nuevo. Pero, unos meses después, Hooper comenzó a darle forma a esa idea agarrándose, también, de la nota roja protagonizada por Gein, la influencia de las historia de horror de la EC Comics (Tales from the Crypt y The Vault of Horror, entre otros) y, por supuesto, de la esquizofrenia producida por el intenso clima social y político de aquellos años.

Es en ese contexto que los involucrados en el filme eran jóvenes un tanto politizados pero, sobre todo, con deseos de experimentar y trabajar sus ideas en cine ante las necesidades del momento. De entrada, Hooper hizo alianza con Kim Henkel para escribir en conjunto el guión. Poco a poco el equipo se fue conformando, y aunque el proyecto –inicialmente llamado Headchesse, y filmado como Leatherface– corrió con la suerte de ser apoyado por la naciente Texas Film Comission, el resto del presupuesto se buscó a través de una especie de cooperativa conformada por los mismos involucrados en la película (actores, técnicos, productores y director) y varios industriales y políticos texanos pudientes que buscaron hacer un poco de dinero –y también de deducir algunos impuestos–, produciendo una simple película de horror serie B… bueno, eso es lo que creyeron.

En agosto de 1973 inició la filmación con un presupuesto reducido, pero con una buena cantidad de recursos imaginativos. La película finalmente no costaría más de 120 mil dólares, tanto en producción como en postproducción, y sería hasta el siguiente año cuando su estreno se realizaría a través de la distribuidora de Lou Perayno, gangster que se volvió aun más millonario de lo que era al producir Deep Troath (Gerard Damiano, 1972), el cult movie del cine porno. Hasta el día de hoy, la mayor parte del dinero generado (cerca de 300 millones de dólares alrededor del mundo) por la exitosa distribución de Masacre en Texas –o Masacre en Cadena, títulos con los que se le ha conocido en México- continúa sin llegar a las manos de sus verdaderos productores.

En The Texas Chainsaw Massacre, como seguramente muchos lectores recordarán, vemos la historia de cinco jóvenes que deciden pasar un fin de semana en la casa de sus abuelos. Abandonada desde hace muchos años, la casa está en ruinas como el derredor texano. El grupo de turistas comienza a deambular por las cercanías y lo único que encuentra es la locura de una familia de caníbales que en pantalla se transformó en uno de los discursos más violentos de la historia del cine, haciendo uso de una violencia implícita –es decir, sin grandes cantidades de sangre y descuartizamientos– que transforma a la película en una especie de reversión del cuento de hadas.

Tanto Hooper como Henkel en distintas ocasiones han asegurado que con este filme buscaron realizar una metáfora acerca de la vociferante y agitada era del Watergate y Vietnam; mientras que Gunnar Hansen –quien encarnó al inolvidable Leatherface, el asesino de la sierra de motor– contradice a estos dos recordando que lo que todo el equipo quería hacer, en realidad, era una buena película salvaje de horror de bajo presupuesto. Y bueno, el bajo presupuesto, el blow up de 16 a 35 mm en la magnífica fotografía de Dany Pearl, el sorprendente trabajo del diseñador de producción (un espeluznante universo creado a partir de huesos y látex) Robert A, Burns, el calor y la incapacidad para cambiarse de vestuario, además de la presencia de panques de mariguana como dieta durante la filmación de la cena, y con un elenco inolvidable de actores, comenzando por Gunnar Hansen y Marilyn Burns, confluyeron para armar esta mescolanza de horror, sátira y humor negro.

Pocos han visto los trazos de humor negro en esta cinta, e igualmente los elementos del cuento de hadas, sólo que en un orden subvertido –la amenaza hacia los niños (representada por los jóvenes perseguidos) viene de la familia (representada por los caníbales); y símbolos, como el bosque, el hacha y otros, están presentes–; pero igualmente en muchos aspectos, consciente o inconscientemente, este filme confirmó una ruptura del cine de horror (en la que el mal no es más que una metáfora de la descomposición de la sociedad), y un parangón cinematográfico del cual, desde entonces, han tomado y copiado infinidad de producciones.

The Texas Chainsaw Massacre es un filme crudo y complicado, sin duda. Pero igualmente, es uno de los filmes más bellos de la violencia en cine: la película está plagada de momentos magníficos, pero basta con ver la imagen de Leatherface girando con su sierra en una grotesca danza, para entender la magnificencia de esta obra.

Gracias a Caníbal, durante estos días podremos verla en salas comerciales de cine en su versión remasterizada.

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