La figura del payaso en el cine siempre ha sido objeto de escarnio, llevada hacia los extremos de la comedia o el drama. Caricatura humana, su desempeño es ya una exageración; pero, al llegar a ese segundo nivel de desproporción en pantalla las cosas pueden tornarse aún más ridículas, trágicas o tortuosas.
Así, no extraña que JOKER, el filme de Todd Phillips, protagonizado por Joaquin Phoenix, esté provocando el polvorín mediático del momento, por su forma y fondo y el peculiar origen (un filme inspirado en un famosísimo y popular icono de cómic: Joker, el archienemigo de Batman, un psicópata oculto tras el maquillaje de payaso, que se ha robado el corazón de –literal– millones de lectores y espectadores durante casi ochenta años) de su historia. Todo esto en conjunto ha producido una especie de aberración que a cierto sector de público y crítica parece estarle costando trabajo aprehender.
Ya para esta segunda década del Siglo XXI, la programación de nuestros códigos parece dictarnos de manera precisa cómo debe ser y cómo no debe ser un filme basado o inspirado en un cómic, y cuando encontramos uno como JOKER, esos preconceptos entran en crisis y provocan conflictos.
En este filme atestiguamos el quiebre psicológico de Arthur Fleck, ghotamita (habitante de Gotham City) que ha vivido en la marginalidad social desde que tiene uso de ‘razón’, y a quien su madre le explicó que su objetivo en este mundo era poner una sonrisa en la gente. Y eso como aliciente ante un padecimiento cerebral que lo hace reír indiscriminadamente... pues sí, como demente. La respuesta, así, se encuentra en la búsqueda de una carrera como comediante, pero todo parece estar en contra de manera esquemática.
Y así, el largometraje se convierte en un doloroso camino en la perdición; ni siquiera se trata de un descenso, pues el infortunio ya está bien plantado, tan sólo vemos el punto en el que ya no hay posibilidad de redención, ya no hay manera de enderezar el camino (en realidad, nunca estuvo recto), lo único que queda, que sigue, es que las cosas continúen su curso. Y eso, en muy pocas ocasiones, se ha permitido en el cine, en los cómics, en la prosa, en la narrativa en general.
Los personajes nihilistas no son algo que se acostumbre en el cine comercial (al menos en términos concretamente trágicos); en el cine, como en la mayoría de la narrativa popular, es posible retratar los caminos tortuosos, siempre y cuando exista la redención hacia el final o se le caricaturice. La historia de un payaso homicida y desagradable, extirpado de todo el oropel que permite la narrativa de aventuras, podemos entender que no se trate de un ‘entretenimiento’ para todo el público. Aunque eso no lo convierte en pernicioso o censurable.
Buena parte del cine más respetado, sensible y recordado, tiene que ver con el ser humano en situaciones límite: A Clockwork Orange, Taxi Driver y King of Comedy, son tres obras que cumplen con este patrón y que, de hecho, han sido mencionadas por el realizador de JOKER como influencia directa. Y sin duda, se trata de obras que han tenido acercamientos desagradables posteriores con la realidad, pero que no por eso vamos a desestimar o enlatar por hablarnos de los tonos oscuros de la sociedad, de los riesgos que laten en nuestro ecosistema y sus instituciones.
En JOKER, por supuesto, también están presentes los detalles que llevan a recordar el tremendismo inolvidable en The Killing Joke, de Alan Moore y Brian Bolland, el cómic que terminó por demostrarnos –por hacernos recordar– que la psicopatía es realmente peligrosa, aún cuando parezca atractiva.
Todo esto ha entregado un filme que a momentos parece que desembocará en una caricatura con el ánimo de rebajar la tensión de la tragedia en pantalla, como a menudo sucede en el cine en Hollywood. Pero en este filme eso no se da, y por el contrario –repito– la miasma simplemente crece. Esto parece resultar doblemente polémico, pues la discusión interna en el espectador parece plantear entonces: “Pero, ¿cómo es posible que las razones de Joker sean estas y que lo lleven a esto?”.
La construcción trágica del filme, sí, pareciera buscar el sensacionalismo a partir de llevar un icono del cómic a los terrenos más oscuros de la realidad; como si se tratara de un oxímoron prohibido, ilegal, condenado a la hoguera.
Pero la realidad es que, como cualquier otra literatura o narrativa, el cómic también puede provocar diversas lecturas y profundidades, acercándolo incluso más a la realidad que a la fantasía, como sucede con este filme.
Con eso en mente, la tensión de este filme podemos empatarla directamente con un caso de la vida real y que, de hecho, fue conocido internacionalmente por encontrar crónica en forma de cómic: American Splendor. Obra que durante poco más de tres décadas (hasta poco antes de que su autor muriera de cáncer en 2010) narró las vicisitudes de vida en forma autobiográfica por parte de Harvey Pekar, un hombre de profundo conocimiento musical y literario, quien durante la mitad de su vida se desempeñó como archivista en un hospital, y decidió comenzar su propio cómic, instigado por su amigo Robert Crumb, pilar del surgimiento del cómic underground.
Lo anterior en términos generales no es nada del otro mundo, porque efectivamente el paso de Pekar fue ordinario como el de la mayoría de nosotros; no obstante, su crónica permitió conocer a un autor fulminante en su visión y opinión de la vida, cargada de un pesimismo a ratos desternillante y a ratos aplastante, aunque siempre radical y valioso.
Dentro de su obra –es decir su vida–, de los muchos momentos inolvidables, sobresalen varias de las presentaciones que tuvo en Late Night With David Letterman, donde protagonizó aireadas discusiones con el presentador televisivo, tanto por cuestiones políticas como de ética profesional y humana. La rabiosa naturaleza de Pekar es notoria en su serie de cómics, y queda patente en el extraordinario documental, sin igual, American Splendor, realizado por Shari Springer Berman y Robert Pulcini en 2003, donde el espectador espera que en cualquier momento su protagonista explote y haga algo indebido, aunque nunca sucede.
En JOKER, Fleck presenta ciertos rasgos cercanos a Pekar, aunque este último no llegó al extremo de rematar la broma. Eso, hoy sobre todo, ya casi no se permite en el cine.
Esto ha encendido algunos focos rojos, y ya ha comenzado a provocar no pocas protestas, radicalizando y segmentando opiniones y posiciones. Es cierto, la historia de un hombre que se encuentra en un abismo y no logra salir de ahí, fermentándolo con pólvora y sangre con traje de payaso y asintiendo ante algunos detalles de la mitología del cómic, puede parecer oportunista y tramposa en su construcción melodramática.
Pero dejando a un lado prejuicios, es cierto también que el sesgo que toma como cine urbano, como thriller trágico en el que su protagonista es el mismo reflejo del (eco)sistema que se derrumba acabando con buena parte de su población, la más desprotegida (recorte en los servicios de salud provocando la crisis central del filme, mientras políticos benefician clara y únicamente a la clase poderosa, nos suena más que real y convincente en este momento) es de lo que están hechos los mejores film noir de la historia, y en este caso resulta en una contundente historia en la que, más que preocuparnos por el actuar y la toma de decisiones de su protagonista, valdría la pena analizar y enjuiciar las razones y los sucesos que lo llevan a esa posición.
Esto, sin duda, ya ha arrojado un buen resultado con el León de Oro obtenido en el pasado Festival de Venecia (que en los últimos años ha resultado ser la antesala a los premios Oscar), una edición del certamen que precisamente se vio envuelto en la polémica por la inclusión del más reciente filme de Roman Polanski (autor a quien una ‘justicia’ que no lo es, busca ajusticiarlo por un error que ya no le compete y que Polanski y la aparente víctima resolvieron años atrás), así como de este filme que comenzó a generar expectativa y ruido por igual. Y por el momento, aún no sabemos si efectivamente se trate de un filme con mayores logros que el de Polanski, por ejemplo, que se llevó el León de Plata y el premio FIPRESCI, pero no hay duda de que se trata de una obra técnica, narrativa y actoralmente sobresaliente.
A Phillips se le recuerda en gran medida por su saga de The Hangover, y no son gratos recuerdos precisamente. Pero en JOKER, afortunadamente, se nota un trabajo cuidado y pensado el tiempo suficiente y, sobre todo, con la distancia necesaria de las superproducciones y de la rutina, para lograr algo con distinción.
JOKER, según ha declarado su realizador y coguionista, fue pensada como una sola historia de este personaje, y como posible episodio de una saga de historias oscuras y realistas inspiradas en distintos iconos de DC Comics. Pero lo cierto es que no está carente de guiños y detalles que podrían provocar una secuela y entonces, en ese aspecto, nos habrían mentido en la naturaleza casi efímera del proyecto.
Sin embargo, si en el futuro se dieran más secuelas del nivel de esta historia, o episodios de la programada saga, creo que lo agradeceríamos como espectadores hartos de los rutinarios fuegos artificiales en que se han convertido las películas basadas en cómics de superhéroes.