jueves, 27 de octubre de 2011

¿No escuchas ladrar a los PERROS DE PAJA?

El cartel de Perros de paja (Straw Dogs, Sam Peckinpah, 1971) muestra un close up de poco más de la mitad del rostro de Dustin Hoffman, actor que protagoniza el filme como un maestro de matemáticas. En blanco y negro y ausente de cualquier retoque, la imagen permite ver en directo el rostro inerte del actor, carente de emoción en apariencia, aunque el estado de las cosas se encuentra alterado por el cristal roto de uno de sus lentes, cuyos trozos descansan sobre la mejilla. La visión, la percepción, ya no es la misma.

Al día de hoy, tras cuatro décadas de haber sido realizada y estrenada, a Perros de paja se le continúa considerando uno de los filmes más violentos en la historia del cine, y a pesar de que años después se dio la intensa escuela del cine gore (a la cual impulsó, de hecho) y, al momento, existan subgéneros como el Torture Porn. Pero en el caso de este filme no estamos hablando solamente de violencia visual, sino igualmente del fuerte discurso que Peckinpah construyó a través del filme, y que culmina con uno de los ataques a una mujer más discutidos en el cine.

Ahora que estamos en espera del estreno del remake a este filme (sí, uno más a un clásico), dirigido por el politizado director y crítico de cine Rod Lurie (La conspiración), permanece en el aire la pregunta sobre si la capacidad de la nueva versión para desarrollar un discurso con base en la violencia y abrir un intenso debate logrará acercarse a lo provocado por la obra original.

Perros de paja coincide con la realización en 1971 de otros filmes sobresalientes en la historia, por su discurso, su manufactura y la especial atención que pusieron en la representación de la violencia en pantalla: Los demonios (The Demons, Ken Russell) y Naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick).

El cine angloparlante realizado durante la década de los 70 del pasado siglo reflejó, obvia y claramente, la sacudida social y política que se gestaba en buena parte del mundo tras la muerte del Verano del amor. Durante dicho decenio filmes como The Exorcist, Taxi Driver, The Texas Chainsaw Massacre, The Brood, Dawn of the Dead y Driller Killer le dieron nuevo sentido a la violencia cinematográfica y al cine como medio para criticar y analizar a la sociedad en sus actitudes y pensamiento.

Esa década fue un polvorín pero, sin duda, aquel 1971 fue un inicio casi dantesco y esplendoroso por igual con los mencionados filmes. Perros de paja, en muchos aspectos, fue un filme de transición y cambios, tanto para su autor como para la industria. Peckinpah venía de realizar La balada de Cable Hogue (1970), pero sobre todo La pandilla salvaje (1969), violento western centrado durante la Revolución Mexicana, que le cosechó a Peckinpah la trascendencia como autor, como esteta de la violencia y como creador con fuertes opiniones sobre el hombre y la mujer. Con todo, Peckinpah (creador enérgico y perfeccionista, que en muchas ocasiones exigía más a sus productores) cada vez tenía más complicaciones para realizar los filmes que él quería. Así, decidió viajar a Inglaterra para su siguiente filme, prácticamente como una desintoxicación del ambiente, más no de otros factores.

Así, en una tierra extraña, casi trasladando su sentir a la ficción, Peckinpah comenzó a construir –a partir de la novela The Siege at Trencher’s Farm, de Gordon M. Williams- un drama tremendista que no era otra cosa que un western contemporáneo: una pareja decide instalarse en el pueblo inglés del que ella (Susan George) es oriunda. Él (Dustin Hoffman), matemático y contrapunto intelectual a la frescura femenina, tendrá que entrar en un estado alterado de adrenalina cuando un grupo de pobladores decide irrumpir en su casa y en su pareja, alterando el orden y la hombría de él. En Perros de paja todo parece explotar. Tomando como punto de partida, en apariencia, el Imperativo territorial (cuando cualquier ser viviente defiende su espacio a como dé lugar, al sentir que sus fronteras son violentadas o violadas), el cineasta lleva a sus personajes y a los espectadores a taparse los ojos y, después, a un crudo debate moral.

Peckinpah pareciera que se regodeó en la transformación que aplicó al protagonista interpretado por Hoffman: de meticuloso y pacífico matemático, las circunstancias lo llevan a desnudar su instinto de supervivencia sin miramientos, mientras su esposa es violada en dos ocasiones -una de ellas que podría parecer consensuada-, suceso que terminó por llevar el filme a ser censurado durante casi 20 años en el Reino Unido, a que hoy día continúe siendo debatido y a que la renombrada crítica de cine Pauline Kael calificara a Peckinpah de misógino y fascista. Peckinpah, el cineasta que con La pandilla salvaje dijo querer demostrar los resultados de la violencia (algo que casi siempre se muestra sin consecuencias reales en el cine, según aseguró), con Perros de paja buscó opinar sobre la violencia que el hombre ignora habita dentro de él, el intelectual como evasor de la sociedad y sus responsabilidades, el hombre desbocado ante la violación de su pareja y la relación de pareja con la mujer como ente insatisfecho. El resultado de esto, por supuesto, fue incendiario.

Aunque discutible, el filme de Peckinpah continua siendo valorado, sobre todo cuando la industria de la violencia fílmica continúa construyéndose en la forma y no en el fondo, contrario a lo propuesto por el cineasta. Y aunque en primera instancia un remake a este filme pareciera insensato, pues el original aún funciona y revisitar la herida pareciera poco civilizado, la reciente avalancha de remakes a filmes insulsos de los años 70 y 80 (Piraña, Día de las madres, Noche de graduación), y a otros no tanto (Masacre en Texas, Las colinas del terror, I Spit on Your Grave), coloca el terreno propicio para que una de las madres de la violencia contemporánea sea recordada.

En una entrevista aparecida en un reciente número de la revista Fangoria, Lurie argumenta con buenos ejemplos cuando se le pregunta la razón de un remake a Perros de Paja: “Realmente disfruto el ejercicio de realizar un filme desde un punto de vista de izquierda radical, a partir de uno realizado desde un punto de vista de derecha radical, y observar cuáles son las actitudes que trabajan de forma distinta. Creo que el remake es ya un género en sí mismo. Se le pudo haber preguntado esto mismo a los hermanos Coen cuando hicieron Temple de acero [True Grit], o a John Carpenter cuando hizo La cosa del otro mundo [The Thing]. ¿Puede tomarse una historia y de forma alguna hacerla propia?”.

Por lo pronto, el cartel del remake reverencia la imagen del original. Y a pesar de que los tiempos ya son otros distintos a los de hace cuatro décadas, y a pesar de que los realizadores presenten principios sociales y políticos distintos, la violencia sigue provocando lo mismo en el ser humano y la visión continúa alterada.

jueves, 20 de octubre de 2011

George Romero, a propósito de su visita a México

Este sábado 22 y domingo 23 de octubre, George A. Romero visita la ciudad de México. Como parte del Hallow Fest, evento involucrado en diversos temas del horror y el terror (a realizarse en el Hotel Radisson Flamingos: Av. Revolución 333, Col. Tacubaya), este renovador del cine de horror estará presente para platicar y encontrarse con los interesados en su cine y en los zombies, que creo son muchos. Sin duda, se trata de un suceso para los interesados, y pocos son los directores cuya visita pueda llamar la atención de una muchedumbre. Ahí estaremos para saludar al maestro (el sábado, su conferencia será de 3 a 4 de la tarde), y aquí les dejo este texto, como reverencia al maestro.

Es, sin duda, poco afortunado que a George A. Romero se le conozca casi exclusivamente por su importante trascendencia en el cine de horror a partir de su cine de zombies caníbales; una brillante saga que desde hace 40 años construye como metáfora crítica del individuo frente a la hecatombe.

Y no lo digo porque sea algo malo, por el contrario; pero ése es tan sólo uno de los varios logros que este realizador ha alcanzado desde la trinchera del cine independiente, creando una obra compleja, crítica, apasionante y edificante. Que no se le dé la misma importancia al resto de su trabajo es una pena.

Con Romero estamos hablando de un autor íntegro, involucrado desde la idea primigenia de un filme hasta la ejecución última del mismo. Un realizador que inicia su carrera, y que la continúa, con la idea de crear un cine en el que se tenga el control creativo total de la obra… por lo que muchas de ellas han debido esperar años para su concepción.

Con Romero, tal vez, estamos ante la revelación clara y concisa del cine de terror como metáfora crítica y brillante de la sociedad de consumo y los gobiernos que la alimentan. Ya desde los años 50, el cine de fantasía –en especial las producciones series B y Z de horror y ciencia ficción- en menor o mayor medida habían servido en algunas ocasiones como crítica velada al stablishment. Psicosis (1960), de Hitchcock, significó en este contexto una bofetada al american way of life al subvertir el valor de los miembros de la familia y los mismos del cine hollywoodense. El daño a la “moral” estaba hecho; las puertas estaban abiertas para una nueva generación de artistas incómodos con su mundo.

Nacido en Nueva York el 4 de febrero de 1940, de raíces cubanas y lituanas, Romero ha desarrollado prácticamente su carrera en Pittsburgh, Pensilvania, a donde llegó para asistir a la Universidad Carnegie-Mellon. Desde muy joven tuvo presente su proyecto independiente de autor. Cuando a los 14 años arrojó un maniquí en llamas desde el techo de un edificio, los policías que lo detuvieron no quisieron entender que se trataba de una filmación: “¡Pero es que estamos haciendo una película!, explicó el joven realizador del corto amateur The Man from The Meteor.

En 1962, a los 22 años, fundó Latent Image, tan sólo con una cámara Bolex y dos luces. Durante los siguientes cinco años esta compañía fue una de las más prolíficas en producción de comerciales en Pittsburgh, y ante la imposibilidad de encontrar apoyo para la producción cinematográfica, Romero decidió poner en marcha su propio proyecto con la ayuda de sus trabajadores y amigos. El resultado de dicho esfuerzo fue La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968), un filme realizado contradiciendo en su totalidad los lineamientos y lo establecido por el cine hollywoodense, marcando así la entrada de una generación de cineastas con muchas cosas que decir a través de su pasión por el género fantástico y sus subgéneros.

A los 71 años, George Andrew Romero cuenta con catorce largometrajes y un mediometraje (para un Two Evil Eyes, filme realizado en conjunto con Dario Argento). Con excepción de algunos de sus más recientes filmes, rodados parcialmente en Canadá, el grueso de su obra la ha construido en Pittsburgh, estado al que no sólo ha convertido en la tierra natal del zombie inconscientemente crítico, sino igualmente uno de los últimos bastiones de la independencia cinematográfica. Parte importante de la cinematografía moderna se debe a su influencia y a sus propuestas en filmes como Jack’s Wife (1972), Martin (1975), Creepshow (1982), Monkey Shines (1988) y, por supuesto su conocida saga de zombies.

*Una versión de este texto fue publicado en la revista Cinemanía, en 2008.